06 septiembre 2010

La Covacha entrevista: Marcela Calderón - Ilustradora (primera parte)

Las covacheras siempre estamos pensando nuevas formas de ampliar los horizontes de La Covacha. Mientras soñamos con nuestro propio centro cultural o nuestra librería-café decidimos empezar una serie de entrevistas a gente que nos interesa mucho y que tiene cosas para decir. Para empezar esta nueva sección de La Covacha entrevista, no tuvimos dudas: fuimos directamente a nuestra querida amiga Marcela Calderón, ilustradora infantil (ha realizado manuales, libros de cuentos y probablemente si tienen hijos han visto sus ilustraciones en La valijita), vecina de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos y amiga personal de las covacheras. La entrevista fue dividida en dos partes y está acompañada de algunos de los trabajos de Marcela, para ver más los invitamos a pasar por su blog.

La infancia entre libros

-¿Leías libros infantiles cuando eras chica? ¿Quién te los acercó? ¿Aún conservás algunos? ¿Qué te ha hecho conservarlos? ¿Hubo alguno en especial que odiaras mucho?

Mi relación con los libros comienza siendo yo muy chiquita. Cuenta la leyenda [¿] que cuando tenía yo alrededor de dos años (y todavía era única hija. Soy la mayor de tres hermanos), mi madre salía temprano a hacer unas compras a un par de cuadras de nuestra casa, y me dejaba a mí, todavía durmiendo. En la cuna a mis pies, dejaba dos o tres libros. Apenas yo despertaba, me sentaba a mirarlos. Cuando ella volvía, poco después, me encontraba sentadita en la cuna, concentradísima en mis libros. La misma “leyenda” dice que nunca fui de destrozar los libros de hojas de papel, aunque recuerdo que tenía muchos de cartoné, a esa edad. Me fascinaba una colección (lamentablemente no recuerdo la editorial), de cuentos clásicos, que eran de cartoné, con ilustraciones muy coloridas, y en la tapa tenían una ilustración “de avanzada” para esa época… como un “holograma”: movías el libro y la imagen cambiaba. Me encantaba eso.

Conservo unos cuantos libros de mi infancia, aunque no esos de cuando era tan chiquita. Los que adoro, son los libros soviéticos que nos traía mi papá de Buenos Aires. Él solía viajar por cuestiones de trabajo en la década del ’70, y volvía siempre con algún libro de editorial Progreso, de Moscú. Los compraba en el Instituto de Relaciones Culturales de Argentina - URSS, que dependía de la Embajada Soviética en el barrio de Caballito. Las historias clásicas rusas y sus ilustraciones tipo grabado me siguen fascinando aún hoy en día.

Y no, chicas… no recuerdo haber odiado ningún libro de mi infancia. Me gustaban mucho los libros, aún los de lectura de la escuela (si, si…jaja), que venían muy ilustrados.

-Dibujar e ilustrar son dos actividades diferentes: ¿Cuándo empezaste a considerar la posibilidad de ilustrar un texto? ¿Sos autodidacta o tenés formación en arte o diseño gráfico?

A ver… tengo formación en arte, aunque no en artes plásticas. Mi formación “académica” es en música. Si bien siempre me gustó dibujar, mis estudios formales nunca fueron de dibujo o plástica, si no de música. Estudié música desde muy chica.

Pero… (y la “leyenda” continúa), cuando tuve que pensar en trabajar, la idea de dar clases de música en las escuelas no me seducía. Y la de trabajar dibujando, sí. En esa época, mi marido trabajaba en el departamento de Arte de –la vieja y desaparecida- Editorial Plus Ultra, y me consiguió la oportunidad de hacer unas pruebas para un libro de texto de primer grado. A la autora le gustó lo que le presenté, y así empecé –sin nada de experiencia- a caminar por el mundo editorial. (No debería renegar de mis comienzos –lo sé-, pero debo confesar que ese primer libro que ilustré, me resulta doloroso a los ojos, hoy en día…jaja).

Después, vinieron años de “golpear puertas” carpeta en mano, y llamar por teléfono a cuanta editorial se me cruzara por la mente, abriéndome paso despacito. No existía internet, así que la cosa era intentar contactar al jefe de arte de cada editorial, y lograr dejarle una carpeta con copias de mis ilustraciones. Paso a paso, adquiriendo experiencia…

Así que, como verán, mis comienzos fueron tentativos y autodidactas, aunque con los años, hice diferentes cursos y talleres de ilustración.


Los niños y los libros

-La literatura infantil muchas veces ha sido asociada a una literatura menor o incluso considerada de manera peyorativa por sus temas inocentes. ¿Por qué te parece que es así (si has notado esto)?

Justamente por el error de pensar que la literatura infantil, debe ser inocente. En esa tendencia que existe (cada vez menos) de preservar a los niños de ciertas realidades que se suponen malas o dañinas para ellos. En mi opinión, eso sólo cae en la subestimación del niño y su capacidad para formarse en una realidad plagada de cosas que no nos gustan, o no son lo ideal, pero que son reales. Por suerte esto está cambiando a pasos agigantados hoy en día, desde los autores y artistas, y desde los editores que lo permiten con su amplitud de criterio.

-Un libro infantil pocas veces es elegido por el niño, en la mayoría de los casos, un adulto es el que adquiere el libro o tomará la decisión final. ¿Cómo es la tarea de crear un texto (que incluye palabras e ilustraciones) para dos públicos tan distintos?

Otro error. Error que está en pensar que “un libro que es para niños, no es para adultos”. Muchos autores e ilustradores trabajan hoy en día sin partir de ese prejuicio. Como ese libro es el producto de la mirada y la imaginación de un adulto, lo ideal es que sea rico en personalidad y creatividad. Y creo que lo básico, fundamentalmente, como ilustradora-creadora, está en no hacer algo que no leería, ni compraría, ni disfrutaría, yo misma. La mirada y la construcción del niño siempre son creativas y creadoras. La clave está en no subestimar esa mirada. Más bien: alentarla para que no se pierda con los años.

-¿Qué no debe hacer un libro infantil para faltarle el respeto a un niño?
Básicamente: no debe tratarlo como a un tonto que no entiende nada.


El miércoles 08 de septiembre podrán leer la segunda parte de la entrevista a Marcela Calderón. Si quieren ver más ilustraciones suyas pueden pasar por su blog.

02 septiembre 2010

Dos películas (un post un poco bolchevique)

Con una diferencia de tres años, pero con un éxito a nivel mundial y una temática similar, Inglaterra produjo dos películas más que interesantes: Full Monty y Billy Elliot. Como creo que la mayoría ha visto estas dos películas, hoy quería señalarles algo que siempre que las veo pasa por mi cabeza.

Ambas películas tienen como trasfondo la gran crisis económica inglesa de fines de los '70 y principios de los '80 en el sector de la industria metalúrgica y la minería. Ambas películas hablan sobre los sindicatos, los subsidios de desempleo, la búsqueda de un nuevo empleo, de cómo esa situación afecta sobre todo a los  hombres y qué les hace sentir con respecto a "lo masculino". Y ambas películas ofrecen un punto de vista sobre cómo se resiste a esa situación. Hacia ese punto voy.

En Billy Elliot, la salida es claramente individual. Uno de la familia, uno solo, un privilegiado por poder transmitir su dolor a través del arte, puede escapar a la situación. Al padre y al hermano de Billy los espera la traición del sindicato y un ascensor (más bien, descensor) que los lleva de nuevo a la mina y a enterrarse en vida. Uno ha escapado. Solo uno.


En The Full Monty, la posición es claramente otra. Hay un líder que organiza, los alienta, los prepara, es el que sabe, en términos políticos es la vanguardia. En la escena final, esa vanguardia, justo en el momento del Full Monty se asusta y decide no salir. Lo extraordinario de la película es que el grupo lo mira y dice "Ok, no vengas, no importa, nosotros vamos por el Full Monty" y salen, sin el líder, ya organizados a hacer el show de sus vidas (luego Gus se sumará a ellos, pero no importa, ellos salieron solos, gracias al líder y sin él).


Lo que quiero decir es que si bien ambas película son lindas y emocionan cada una a su manera, Full Monty va más de acuerdo a mis ideas: si solo se salva uno, si solo escapa uno y los demás quedan no sirve. O todos o ninguno. O nos organizamos o somos derrotados. Y si la vanguardia se asusta y no está a la altura, no importa, tomaremos el cielo por asalto igual. Y que vengan a echarnos.

11 agosto 2010

La supervivencia del más apto

No es novedad que internet está instalada en nuestras vidas. Están leyendo estas palabras porque esa tecnología, que apenas soñábamos tener hace diez años, ahora es parte de la vida cotidiana tanto como comer o hablar por teléfono. No es vital para el ser humano, la humanidad ha vivido perfectamente sin ella, pero sin embargo ahora se nos presenta imprescindible. ¿Cuántos resisten estar un día sin revisar la bandeja de correo electrónico? Pocos afortunados pueden estar al margen de esa necesidad.

Hace unos días Marcelo de Libreta Chatarra, publicó esta extensa pero necesaria nota (publicada en La Nación) sobre los libros y las nuevas tecnologías: una charla entre Umberto Eco y Jean-Claude Carrière cuyo tema central era una pregunta temerosa: ¿va a desaparecer el libro?

Desde que tengo uso de razón estoy rodeada de libros. Quizá no las mejores traducciones, quizá no las mejores ediciones, pero sí libros (y sobre todo clásicos, lo que afectó decididamente mi gusto por los autores previos a 1950 y lo que me cuesta aceptar el tono de la literatura contemporánea). La pregunta es, ¿puedo imaginar el mundo sin libros? 

Pienso en la distopía de  Fareheint 451 de Ray Bradbury, pienso en esa terrible visión del futuro en la que los libros eran quemados y donde los bomberos en lugar de apagar incendios, los provocaban. Imagen aterradora que a todos nos ha puesto la piel de gallina, porque nos recordaba lo más horroroso del fascismo. (en todas sus formas). Pienso, también, en Steve Jobs teniendo orgasmos (disculpen la imagen, disculpen por favor) ante cada nuevo Ipad que dice destronar al anterior, que dice cambiar el mundo tal como lo conocemos y que dice (sin decir) que el capitalismo no es más que una inmensa maquinaria que produce bienes que deberán ser tirados a la basura al año siguiente (y por bienes me refiero a Ipads, cantantes alocadas, autores best sellers o televisiones con tecnología LED, lo mismo da, todo es descartable) aceitada por la sangre de personas que no podrán siquiera acceder a esos Ipads por vivir en la miseria.

¿Desaparecerá el libro? Intento escribir este post y no sé qué pensar. Dicen que los nuevos aparatos para leer libros en formato digital (me da fiaca buscar en Google como se llama, curioso límite para Google, que todo lo sabe, la fiaca humana) son capaces de almacenar miles de libros en un solo objeto. Objeto que es producido por un sistema que va a provocar su obsolescencia en un año, cuando Steve Jobs nos muestre con un nuevo orgasmo (disculpen, prometo que es la última) un nuevo aparatito blanco que lo superará y que permitirá almacenar cientos de miles de miles de miles de libros digitales. Las grandes editoriales temblarán y buscarán readaptarse a los nuevos tiempos y publicarán re-re-re-re-re-reediciones de Crepúsculo (con prólogo de Coelho para la versión latinoamericana) tratando de encontrar nuevos mercados.

Lo extraño es que yo creo que ni siquiera esa es la verdadera pregunta. Lo que está en juego acá es otra cosa. Es el arte en sí mismo. Un libro no es una sucesión de datos digitales que puede ser fácilmente almacenados, andá a decirle eso a Tolstoi, a Shakespeare, a Borges. Un libro es otra cosa. Y esa otra cosa va a sobrevivir, de eso estoy segura, muy a pesar del capitalismo, de Steve Jobs, de J. K. Rowling, porque todos ellos no tienen la menor idea de qué es lo que uno hace cuando lee un libro. Esa otra cosa que hace que los libros sobrevivan en la historia de Bradbury. Esa otra cosa que ustedes, que sonríen al leer esto, saben bien qué es, pero que no lo vamos a decir, no sea cosa de andar avivando idiotas.

26 julio 2010

Etica de una Doble Moral

A la luz de la aprobación de la nueva Ley de Matrimonio Igualitario, en estos días, hemos escuchado y leído infinidad de opiniones, pero ¿qué pasa cuando las convicciones personales interfieren con nuestras obligaciones profesionales? ¿cómo actuar cuando éstas convicciones son más fuertes que nuestra vocación?

Ante todo, es cierto que uno como profesional debería ser eso: profesional, y que parte de serlo es intentar ser objetivo. Sin embargo también es cierto, que no se puede ser 100% objetivo y que las apreciaciones personales tiñen nuestras decisiones profesionales.

Ahora bien, si una persona ejerce su profesión de manera liberal, de pronto, puede darse el gusto de elegir. Así, por ejemplo, un Contador, podría elegir qué tipo de clientes tener, o un carpintero podría seleccionar sus trabajos.
Pero cuando un profesional no trabaja con abstracciones o con objetos, sino con personas, ¿puede darse el lujo de elegir? Y si de hecho lo hace porque trabaja de manera independiente, ¿puede hacerlo cuando depende de un Organismo Público, como puede ser un Médico, un Juez, un Psicólogo, un Policía o un Maestro?

Para responder esta pregunta supongamos que un Profesor no quiere darle clases a un alumno por su condición sexual. O que un Policía decide no defender a un ciudadano por el mismo motivo. Qué tal si una Jueza de Paz, declara que no acatará la ley, al no casar parejas del mismo sexo, porque va en contra de sus creencias. O si, del mismo modo, un Médico Cristiano decide no atender homosexuales porque sus creencias religiosas no se lo permiten.

Hasta ahí uno podría decir, que son personas con convicciones personales muy fuertes. Ahora, si ese paciente corre riesgo de vida, ¿de qué modo debe actuar el Médico? ¿Acorde a su juramente Hipocrático o acorde a sus creencias religiosas?

Del mismo modo para un Psicólogo ¿es válido el argumento de la Ética al derivar pacientes por su condición sexual? Es decir, porque uno y sin tener un correlato científico, cree que los homosexuales son enfermos.

Yo creo que no. Sobre todo, si ese médico, ese juez, ese psicólogo, forman parte de un Organismo Público, como lo son un Juzgado de Paz o un Hospital. ¿Acaso los homosexuales están exentos de pagar los sueldos, de esos Jueces, Psicólogos, o Médicos, a través de sus impuestos?
No sólo no hay justificación Etica sino que, además, es completamente discriminatorio. Si las creencias personales, impiden a un profesional cumplimentar sus tareas, entonces, como mínimo, debería dejar de ejercer en la instancia Pública, y dedicarse a lo privado.

Después de todo, en el caso puntual de un Psicólogo, está claro que la contratranferencia que se produce en el Profesional, ante un paciente X, debería ser objeto de tratamiento, para el propio psicólogo con su Analista. Nunca se puede pensar que derivando a TODOS los pacientes que nos generen algún tipo de incomodidad, únicamente, se soluciona el caso. Sobre todo, si nos pasa CON TODOS los pacientes, por ejemplo, homosexuales. O con todos los pacientes, por ejemplo, Judíos, o con todos los pacientes, por ejemplo, de raza negra.

En ese caso, me parece que amparados en una Etica dudosa, estamos extralimitándonos en el uso de ésta y de las derivaciones. Creo que la cuestión tiene que ver más con un prejuicio de uno, que con el discurso del Otro. Y como psicólogos, desconocer eso, es un error garrafal.

En cualquier caso, sentenciar que una persona por su elección sexual está enferma, cuando no hay estudios científicos que lo prueben, [porque vamos, hace cuantos siglos están dando vueltas con el tema de la desviación, de la perversión y de la enfermedad], sobre todo, cuando quien lo dice es un Profesional de la Ciencia, a mi entender, no está bien. Porque entonces deberíamos volver al Medioevo en dónde se quemaba a las brujas y listo. No le demos importancia a los avances de la ciencia.

Desde éste punto ¿quién tiene el derecho de decretar que otro es un enfermo?
Me parece que lo peligroso acá, son los dobles discursos. Esos en dónde en nombre de Dios y la Religión se daña a otras personas, o se los privas de sus derechos.

Como dice el dicho, ‘son más peligrosos los idiotas, que los hijos de puta’. Porque uno sabe qué esperar de los últimos, pero de los primeros no.
Si alguien se asume como Homofóbico o como xenófobico, uno sabe a qué atenerse y hasta le da lugar a reaccionar mediante el repudio, pero de quienes andan por la vida sin darse cuenta de lo que verdaderamente son, es difícil saber con qué se va a topar, y es muy difícil también, repudiar, porque puede confundirse con intolerancia.

Yo, personalmente, creo que no todas las posturas son respetables. Tal vez ustedes me tilden de intolerante, y sí, a veces hay que ser intolerante para ‘denunciar’ las injusticias. Porque no siempre es tan fácil respetar a quienes no respetan.