Antes de las scolas do samba, antes de las lentejuelas y las plumas de Gualeguaychú, antes de la espuma y las murgas, existió el carnaval. Y antes del carnaval, y de su final en el triste miércoles de ceniza que inicia la Cuaresma, y del cristianismo invadiento cuanta fiesta pagana les viniera en gana, existieron las lupercalias, celebradas el 15 de febrero (oh, sí, San Valentín, pero antes del cristianismo) en el calendario romano, que recordaban que Rómulo y Remo habían sido amamantados por una loba, una fiesta donde una serie de señores desnudos corrían por las colinas romanas.
El carnaval es una fiesta lujuriosa, lo fue desde el principio. Está asociada, así como la que se conoce como San Valentín, a rituales de fertilidad, y si hablamos de fertilidad, hablamos de sexo. La sexualidad en las religiones antiguas no era un tabú como llegó a ser considerado tiempo después en el mundo occidental. La sexualidad y la fertilidad, eran el origen de la vida, era lo que hacía que las semillas crecieran, que las vides y los olivos dieran sus frutos, que las mujeres parieran hijos sanos, que el mundo siguiera su curso. En la antigua Sumeria (estamos hablando del 2.500 a. C.) había una fiesta, el matrimonio sacro, en la que el rey, como sumo sacerdote y representante del dios Dumuzi, y la suma sacerdotisa (no la reina) como representante de la diosa Inanna, tenían relaciones sexuales frente a toda la comunidad.
Las fiestas referentes a la fertilidad eran desenfrenadas. Participaba todo el pueblo y por una vez en el año, no había distinciones sociales, la comunidad entera se entregaba a la obligación de la propia subsistencia. "A reproducirnos que se acaba el mundo" es lo más recatado que se me ocurre para describir este tipo de celebraciones. Probablemente conozcan la canción de Joan Manuel Serrat, Fiesta. Recordemos algunos versos:
Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.
Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre al portal
la zorra rica al rosal
y el avaro a las divisas.
Se acabó,
que el sol nos dice que llegó el final.
Por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.
¿Notan algo en común? Es probable que esta fiesta de la que habla Serrat sea algún resabio de las fiestas paganas que sobrevivieron en Europa durante más de mil años. Una frase, sin embargo, nos indica que el cristianismo ha modificado algo. Y fue así, a partir de la expansión del cristianismo como religión de la clase dominante, la religión pagana (pagana quiere decir campesina) fue reprimida, o al menos se la intentó reprimir. Sin embargo, no fue hasta la Edad Moderna, pongamos como fecha el año 1500, que comenzó la verdadera represión de todos los resabios del paganismo con ese dolor de cabeza de alumnos del secundario que es la Contrarreforma. La Cuaresma, que empieza el Miércoles de Ceniza, el fin de los días de Carnaval, se transformó en la triunfadora, desde entonces, el mundo occidental cristiano tiene como fecha más importante la conmemoración de una muerte y no de la fertilidad y la vida.
Como toda celebración pagana, los rituales de fertilidad adquirieron nuevas formas: las scolas do samba, las plumas de Gualeguaychú, la espuma en los ojos, las bombuchas. Como la Navidad, como la fiesta de San Juan, como esa horrible fiesta yanki de Halloween, como las historias de Tolkien, la cultura pagana de Europa occidental sigue presente haciéndole burla a la represión cristiana.